Este es el fin,
abro las puertas y miro al exterior
una noche estrellada me da la bienvenida
y la luna me saluda radiante y bella
como en la noche de los tiempos;
y su luz me muestra el camino que va
más allá de las estrellas y a al este del sol.
El camino es plateado y fácil de seguir,
cuando llego a una colina ya no recuerdo
de donde vengo, cuando llego a la cima
de la montaña, no sé quien soy.
Después, solo fuegos, fuegos fatuos en el valle,
silencio sepulcral y frío metal,
olor a viejos periódicos y a húmeda y ahumada
madera, el olor de los recuerdos;
y lo más inquietante,
el aire sabor a tierra.
Entonces lo comprendo, estoy muerto,
pero lo que más me perturba no es eso,
si no quien soy yo, no lo recuerdo,
pero soy consciente de que soy otro de esos fuegos.
Y lo entiendo, estoy consumiendo mis recuerdos
para poder seguir existiendo
en esta noche de los tiempos.
Miro dentro de mí, es como entrar en una casa en llamas,
todo se consume por instantes.
¿Qué quedará de mí?
No quiero dejar un vacío cascarón.
Entonces miro a mis pies y veo cenizas,
el valle está alfombrado con cenizas.
Y lo veo claro, me fusionaré con el valle,
y como yo, la humanidad.
Miro arriba, veo las estrellas, me hacen sentir a gusto,
son realmente hipnóticas…
Una me guiña con mirada irónica
y veo su malicia, su disfraz de disparidad:
el cielo no es cielo, en una enorme bestia
de numerosos ojos que se alimenta del calor,
del calor de los fuegos.
Me desato de mis ataduras y huyo
hasta que la bóveda oscura se pierde
y da paso a una temible blancura.
Ya no se ni donde estoy, no distingo el arriba del abajo,
no hay nada más sólido que mi yo,
mi único camino.
Profundizo en él hasta que empiezo a vislumbrar
un verde paisaje, en el que todo fluye.
Hay olor a tierra, flores y agua,
sonido de viento y arroyos;
ahora si sé quien soy:
soy vida, soy planta, soy animal.
Soy energía viva.
Y espero sentado placidamente
sobre un gran árbol a mi próxima vida.Este es el fin,
abro las puertas y miro al exterior
una noche estrellada me da la bienvenida
y la luna me saluda radiante y bella
como en la noche de los tiempos;
y su luz me muestra el camino que va
más allá de las estrellas y a al este del sol.
El camino es plateado y fácil de seguir,
cuando llego a una colina ya no recuerdo
de donde vengo, cuando llego a la cima
de la montaña, no sé quien soy.
Después, solo fuegos, fuegos fatuos en el valle,
silencio sepulcral y frío metal,
olor a viejos periódicos y a húmeda y ahumada
madera, el olor de los recuerdos;
y lo más inquietante,
el aire sabor a tierra.
Entonces lo comprendo, estoy muerto,
pero lo que más me perturba no es eso,
si no quien soy yo, no lo recuerdo,
pero soy consciente de que soy otro de esos fuegos.
Y lo entiendo, estoy consumiendo mis recuerdos
para poder seguir existiendo
en esta noche de los tiempos.
Miro dentro de mí, es como entrar en una casa en llamas,
todo se consume por instantes.
¿Qué quedará de mí?
No quiero dejar un vacío cascarón.
Entonces miro a mis pies y veo cenizas,
el valle está alfombrado con cenizas.
Y lo veo claro, me fusionaré con el valle,
y como yo, la humanidad.
Miro arriba, veo las estrellas, me hacen sentir a gusto,
son realmente hipnóticas…Una me guiña con mirada irónica
y veo su malicia, su disfraz de disparidad:
el cielo no es cielo, en una enorme bestia
de numerosos ojos que se alimenta del calor,
del calor de los fuegos.
Me desato de mis ataduras y huyo
hasta que la bóveda oscura se pierde
y da paso a una temible blancura.
Ya no se ni donde estoy, no distingo el arriba del abajo,
no hay nada más sólido que mi yo,
mi único camino.
Profundizo en él hasta que empiezo a vislumbrar
un verde paisaje, en el que todo fluye.
Hay olor a tierra, flores y agua,
sonido de viento y arroyos;
ahora si sé quien soy:
soy vida, soy planta, soy animal.
Soy energía viva.
Y espero sentado placidamente
sobre un gran árbol a mi próxima vida.
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