Si no tengo alas, ¿Cómo quieres que llegue hasta el Sol?
Mis ojos estallan al contemplarlo,
no puedo besar para adorarlo.
Mi cuerpo se arrastra fríamente,
un horrible suspiro embota mi mente.
Me tiemblan pies y manos,
soy como una mierda llorosa suplicando a su amo.
Al Sol no llega el gigante, ni de él escapa el enano.
El águila vuela a su lado
y sus plumas huelen a cierta verdad,
esa que nos calma después de haber llorado.
Intentamos enfrascarla para más tarde,
pero nos acabamos bañando en basura,
deseando que se convierta en verdad y arte;
nos engañamos deseando lo que de verdad quisiéramos amar
y ni siquiera hemos lograr soñar.
En un parque encontré un templo,
mucho más abierto que cualquier catedral,
con unos cimientos verdaderos,
libres de toda maldad.
En un libro encontré a un amigo mucho más verdadero
que algunos de los que quieren salir contigo.
En una amistad encontré a un hermano
con el que comparto mucho más allá de la sangre.
En una risa encontré mucha más belleza
que en mil palacios de oro y jade.
Y en la dulzura de una mujer amada:
una patria entera, una religión e incluso una bandera.
Como veis, las cosas grandes se pueden hallar en las pequeñas,
pues a menudo las grandes no son más
que alargadas sombras crepusculares.
Y la noche que las sigue quiere enfriar tu alma
para sepultarla bajo mil nombres,
bajo un millón de caras.
Al Sol nunca conseguiremos llegar,
pero nuestro pequeño y escondido centro podemos hacer brillar:
como una lejana estrella que baila,
como el reflejo de dos amantes, en éxtasis, en el agua.
De nuestro pequeño centro surge el verdadero arte:
aquel que no se deja devorar por la Nada.
El que brilla rebosante, y que hace que suenen campanas.
Con el rugido de mil dioses nos llama,
desde dentro de nuestro cuerpo,
desde detrás de nuestra llama.
Debemos alimentarlo, hacer poderosa al alma,
es frágil y hermosa, pero es nuestra única arma.
Cuando las sombras nos alcancen,
cuando la oscuridad nos llame
solamente tendremos nuestra llama,
nuestro pequeño arte: La Frágil Alma.
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