Para los rabinos del período talmúdico la existencia del mal en el mundo creada por un misericordioso Dios supone uno de los problemas teológicos que se ha intentado solucionar de varias formas. Aunque estas soluciones no están recogidas en un solo cuerpo teológico coherente, algunas de las discusiones más representativas indican las líneas generales del pensamiento rabínico sobre este tema.
Primeramente está la conclusión de la existencia del mal en sí mismo. Los rabinos insistían en que como el bien deriva de Dios también el mal deriva de él en última instancia. La intención de esta insistencia era descontar cualquier implicación de dualidad, la idea de una deidad separada de lo que produce el mal completa el anatema de los rabinos, los cuales incluso dicen que al igual que el hombre bendice a Dios por el bien, debe bendecirle también por el mal, ya que tiene lugar del mismo modo. El mismo motivo antidualista está contenido en el verso: “Yo soy el Señor, no hay nadie más; Yo formo la luz, y creo la oscuridad; Yo haga la paz y creo el mal.” (Isa.45: 6-7). (En la liturgia esto se cambió por “ hace la paz y crea todo lo existente”, dando a entender que el mal por sí mismo no sea quizás un fenómeno positivo sino principalmente la ausencia del bien). Otro problema a discutir es por qué no hay una justa distribución del bien y del mal para los rectos y los malvados respectivamente. Este problema es tratado de variadas formas. Por un lado, encontramos el punto de vista de que la conclusión está más allá del alcance del intelecto humano, lo cual se apoya en el verso, “ Seré bondadoso con los bondadosos y mostré misericordia a los que muestren misericordia” (Ex.33: 19). Por otra parte se ofrece una serie de soluciones más parciales: el hombre recto que sufre en este mundo no es totalmente recto y el hombre perverso que prospera no es malo del todo; o alternativamente el primero no es quizás un descendiente de rectos antepasados, mientras el segundo mejora por el mérito de sus padres; o el mal es culpa de Satán y varios demonios malignos, los cuales son la raíz del problema causado a los justos.
Quizás la explicación más difundida sobre el sufrimiento en este mundo es que los justos sufren castigo por cada pequeño pecado que han cometido y ellos disfrutarán su recompensa en el paraíso mientras los perversos son premiados en este mundo por cualquier pequeña acción buena pero serán castigados en el otro mundo por todos los pecados que cometieron. El sufrimiento de los justos se puede considerar incluso como una especie de prueba, “aflicciones de amor” les preparan para desarrollar virtudes tales como la paciencia y la fe. Este punto de vista se apoya en versículos como “ Feliz es el hombre a quien Tú has disciplinado” O Señor, y al cual has enseñado la Ley”
(Sal. 94:12) “Es bueno para mí que haya estado afligido, así puedo aprender los mandamientos” (ibid. 119:71).
Otro aspecto concerniente al mal causado por el hombre mismo es interpretado como un producto del mal, aunque no idéntico sí como una inclinación del mal. La inclinación del mal es un factor necesario en la continua existencia del mundo porque sin él ningún hombre construiría una casa, se casaría, crearía una familia, o emprendería un negocio (Gen.R. 9: 9).
No obstante es con el sufrimiento del hombre con lo que controla la inclinación del mal, comparado con que el poder de la Torá ha sido visto como un antídoto. Este control permite al hombre servir a Dios con sus impulsos buenos y malos; los unos le permiten continuar su actividad mundana y los otros le ayudan a crecer en lo sagrado. A pesar de un agudo conocimiento de la magnitud del mal y el sufrimiento, ambos en el mundo natural y en el mundo de las relaciones interhumanas, y aunque las limitaciones de las explicaciones que ellos pueden ofrecer por medio de la teodicea, los rabinos continuamente reafirman la bondad de Dios y su creación. Esta afirmación está incluso contenida en los servicios funerarios, en una serie de refranes que enfatizan la perfección del mundo de Dios. Los rabinos advierten al hombre que se acostumbre a decir, “ Todo lo que hace un misericordioso es para el bien” y ello le asegura que la medida del regalo divino sobrepasa al castigo.